martes, 9 de octubre de 2007

Las cosas y sus destinos


Ya leí mucho y también intenté ver mucha televisión pero no había nada soportable, desde luego no tenía esperanzas de encontrar algo interesante, fui menos pretencioso, los domingos soy menos pretencioso. El televisor esta apagado, yo estoy apagado. En realidad los dos estamos en stand by.
Sin nada que provoque esta acción o cualquier otra, me pongo a pasar revista por todo lo que hay sobre la mesada de la cocina. El granito es oscuro con puntitos blancos por toda la superficie y todo lo que hay encima de la mesada parece suspendido en un cielo estrellado. Una manzana de plástico, una bolsa de supermercado, una lapicera BIC, un aerosol de pintura sin tapa, todo flota en el vacío, como yo. Tomo el aerosol y me siento en el piso a leer las indicaciones y recomendaciones de uso del producto. Es un aerosol de pintura color aluminio que mi hermana usó para una maqueta en la que trabajaba. Está vacío pero no está vacío, adentro se mueve algo.
Me doy cuenta de que, naturalmente, se hace difícil leer mientras sacudo el envase y que en realidad resulta más interesante batir el aerosol y escuchar el ruido de esos golpecitos metálicos encerrados que leer algo que ni siquiera leería antes de ponerme a pintar. Ahora no puedo dejar de sacudir la lata. Reflexiono. Nadie lee una indicación para pintar con aerosol, si leyéramos las advertencias y las recomendaciones se nos esfumarían las ganas de pintar. El aerosol es para pintar como se nos da la gana, es un acto de liberación irreverente. El ruido del batido es la música de un vandalismo vital. Tengo que liberarla pienso. Tengo que liberar la bolita que golpea en su trampa metálica desesperada por salir. Tengo que liberarla ya.
Es que de tanto batir veo que la base combada del envase esta abollada por los golpes de la bolita enjaulada. Subo corriendo a mi habitación, abro el cajón del escritorio y saco un punzón. Esa herramienta inventada no se con qué fin, que llevábamos a las clases de plástica de la escuela primaria para hacer no se qué cosas. Ahora pienso que sólo sirve para usarlo a los propósitos de mi compulsiva empresa y que con ello queda justificada su existencia. El punzón fue hecho para que yo lo encuentre en ese cajón y lo clave en el metal, horadando el envase de pintura con una violenta energía.
Comienzo a oler a pintura y a gas y caigo en la cuenta, al mismo tiempo, de que el punzón ya no me sirve, de que su corta vida de servicio ha terminado y , seguro de ello, lo tiro al tacho de basura. El orificio es pequeño y por allí sólo se escapa el olor del encierro pero no la bolita encerrada. Bajo corriendo la escalera y vuelvo sobre mis pasos con la lapicera BIC en la mano. La clavo y agrando el agujero. Y nada. La bolita sigue ahí dentro y me pide con gritos frenéticos de impotencia que la ayude a salir. Tiro con bronca la lapicera por la ventana. Empiezo a desesperarme, le arranco una pata al Snoopy de plástico que tengo sobre la biblioteca y la incrusto con fuerza en la lata ya perforada. La pata se queda, no la puedo sacar, esta empotrada en el envase como si quisiera quedarse allí para siempre. No se ve mal, podría arrancarle los otros miembros al muñeco y hacer un Snoopy enlatado. Finalmente, girándola en círculos, logro arrancar la pata del aerosol y veo caer la bolita liberada sobre una hoja de papel blanco. La bolita gira y se va limpiando y va dejando su rastro de pintura plateada mientras hace un dibujo sobre la hoja, la dejo hacer.
Cuando la miro detenidamente me sorprendo. Me invade una angustia terrible, inexplicable, es la confirmación de un triste presentimiento que se había manifestado en un nivel inconsciente. De chico nunca las llamé así pero a los fines de ser específico tengo que hablar de una “canica”, aunque suene un poco afectado, un poco “poco argentino”, eso es lo que salió del envase. Sencillamente no lo puedo creer. Todavía estoy agitado por mi lucha para abrir el boquete y tengo esa emoción algo penosa, como una pesada nostalgia. “Una bolita” pienso. Cuando era chico la palabra bolita servía para designar únicamente a estas pelotitas de vidrio atravesadas por láminas de colores, que servían para jugar y acumular innecesariamente y que ahora llamo “canica” para no ser impreciso. No puedo serlo, porque no debo deja lugar a dudas sobre lo que verdaderamente salió de la lata, no es una bolita cualquiera. Es algo que no estaba destinado a tal fin, algo usurpado de su mundo, encerrado en la oscuridad. La sensación es esa, algo que no debía estar allí. Y luego la sensación de que muchas cosas no deberían estar en muchos otros lugares. Es una sensación cargada de tristeza, es domingo. La BIC en la calle, el punzón en la basura, un Snoppy mutilado sobre mi escritorio y yo ahí sentado: así las cosas.

viernes, 5 de octubre de 2007

LOS 2 YOES