jueves, 27 de septiembre de 2007

¡ Au revoir Marcel !

Gracias al Emi estoy en el lugar apropiado, en el mejor lugar del mundo para estar la noche del 8 de Abril del año 2005. Estoy solo, rodeado de cientos de personas que de un momento a otro se van a dar cuenta de que también están solas. También se va a dar cuenta de que está sola mi amiga que acabo de saludar en los pasillos que conducen a las plateas del Orfeo. Mi amiga que vino a ver el espectáculo con toda su familia, también se va a dar cuenta.
No se si llamarlo espectáculo, no sé como llamarlo a decir verdad. Espectáculo, en todo caso, el que di frente a mi amiga y su familia cuando la saludé torpemente y tiré el celular al piso. El aparato se reventó, explotó, se destruyó con una estruendosa exageración y yo me puse a recoger los pedazos desparramados entre los pies de mi amiga y los de su familia, y los de la gente que pasaba por ahí apurada por entrar y encontrar su lugar entre los demás asientos. El Motorola Star Tac no anduvo más, lo metí adentro del bolsillo rápido como para que no quedaran pruebas de mi torpeza, mientras decía la estupidez más grande que se me podía haber ocurrido para escapar de la situación: “me pasa siempre, después lo armo en casa”. La hermanita de mi amiga movía la cabeza de lado a lado y miraba a sus padres todavía más sorprendidos que ella de mi espectáculo.
La gente que esta ahí, que me rodea, no sabe. Todos compran comida, gritan, ríen. No entienden. Yo sólo tengo una extraña sensación sobre lo que va a pasar asentada por el hecho de que no vine acompañado y en vez de charlar como todos, pienso. El Emi me regaló la entrada tres días atrás, el día de mi cumple; él si entendía, sabía que yo debía venir solo. Se apagan las luces y unos segundos después Marcel Marceau está “creando el mundo” con su cuerpo y sus gestos adelante mío y de todos. Y ahora todos entienden, todos están solos. Los que charlaban y reían ahora no dejan escapar ni un leve sonido, ni el del roce de la ropa que acompaña el movimiento. Los que estaban comiendo dejaron de masticar.
La obra comienza con “La Creación del Mundo” y luego le siguen otras pantomimas de estilo (cuadros breves que presentan una historia de principio a fin). Y ahora que todos sabemos, ahora que todos entendemos que lo que estamos presenciando no tiene nada que ver con el espectáculo frívolo, ruidoso y atolondrado al que nos tiene acostumbrados la posmodernidad, no podemos respirar. Y no es que contengamos la respiración, simplemente nos hemos olvidado de respirar, porque todavía no existimos: Marcel Marceau está creando el mundo y es emocionante verlo, es fantástico.
En dos horas solo interrumpidas por un breve intervalo que nos permite volver a respirar, y luego de crear el mundo, Marcel Marceau personifica a la justicia, a la libertad, a la belleza y al tiempo; todas esas ideas del tamaño del universo que creemos tan abstractas y ambiguas, tan inasibles, él las encarna con una simpleza brutal. Una sencillez que nos incomoda tanto a la vez nos conmueve profundamente. Nadie sabía que veníamos aquí a ver poesía. Es una de las cosas más hermosas que he visto sobre un escenario.
Pero no todos comprenden y de todos los que no comprenden el más pelotudo esta sentado al lado mío. Es un pelotudo que no deja de hablar, que no entiende el silencio, que no sé para que mierda vino. Intenta descifrar lo que va haciendo el mimo como si todo pasara por adivinar, como si fuera un juego para niños. Este pibe tiene problemas, pienso. Es un monigote de 30 años, pero tiene problemas: esta hablando mientras Marcel Marceau nos revela el significado del mundo a través de la perfecta gramática del silencio. Y justo cuando pienso en matarlo, cuando pienso que vale la pena matarlo para poder contemplar la obra tranquilo, me doy cuenta de que el silencio no es una sensación, es un estado del cuerpo y de la mente y no depende de nadie, es una disposición personal. Entonces creo que Marcel me mira a los ojos y asiente. Se salva mi enemigo circunstancial. Me sumerjo, ahora solo veo.
Marcel Marceau es él, también es Bip, su célebre personaje con el que interpreta en la segunda parte de la obra a un domador, un viajante, un músico callejero y un fabricante de máscaras. Marcel Marceau es él y es el barco donde viaja Bip, el trago que se toma en cubierta, es el domador y los leones, es también el fabricante de máscaras y las mascaras mismas. Sobre un escenario completamente vacío Marcel Marceau es él y es nosotros, es todos y todo. Se desdobla y se vuelve a desdoblar, conversa con él mismo y con otros que también son él. Conversa con nosotros, nos dice tantas cosas sin decir una palabra. Corporiza una “puesta en abismo”, que ni sus compatriotas de la nouveau roman lograron desarrollar. Una poética física que se alimenta de los gritos de la piel. Su cuerpo es un espejo, de un espejo, de un espejo…
Termina la obra y desesperadamente quiero llamar a alguien para contarle, para compartir. Inútilmente. No es sólo el hecho de que tengo un rompecabezas de teléfono celular en el bolsillo, sino que no habría modo de trasmitir esa experiencia oralmente. “Los límites los pone la palabra” dijo unos días atrás en una entrevista antes de presentarse en el Teatro Colón de Buenos Aires. Ya lo creo, habrán notado que esto no es más que un pobre intento de explicar a Marceau, lo que fue verlo. Gracias Emi.
Dos años y medio después, hace unos días, a la mañana, leí en una de las tantas notas que se publicaron por su fallecimiento en los diarios, que su fuente de inspiración y sus principales influencias del cine mudo fueron Buster Keaton, Chaplin y los hermanos Marx (en ese orden). Ese mismo día a la tarde voy a lo de Titi, que se mudó con un amigo suyo, Pepe –no se trata de dos mimos–, y cuando llego me siento en el sillón de su nuevo departamento compartido, y cuando me siento levanto la vista y ahí están: Buster Keaton, Chaplin y los hermanos Marx (en ese orden) colgando de la pared en tres cuadritos. Pienso en las posibilidades de que eso haya pasado realmente y pienso que no tiene sentido siquiera que lo piense. Ahí están y ahí estoy yo diciéndole a Titi:
–Viste que se murió Marcel Marceau.
–Si, boludo, no se puede creer.
–Tengo una tristeza…–digo, y suspendo. Pienso en contarle las sensaciones y la experiencia de haberlo visto pero abandono el intento. Fue “un tiempo fuera del tiempo”. ¡Au revoir Marcel!