sábado, 15 de diciembre de 2007

Hermeto, el mago

Hay que verlo parado, a Hermeto hay que escucharlo parado, no para poder mover el cuerpo sino para que el cuerpo te pueda mover a vos. Me equivoqué, un amigo me dijo: “no voy porque esa música brasilera para bailar no me gusta”. Yo le contesté: “no seas gil, qué música para bailar ni que ocho cuartos, Hermeto Pascoal es un instrumentista de la concha de la lora, un loco de los sonidos y los ritmos, un tipo muy admirado y respetado en todo el mundo”. Me equivoqué, y se equivocaron quienes pusieron asientos en las plateas, porque Hermeto hace música para el cuerpo y desde el cuerpo, una música con tanta cabeza que la cabeza no lo entiende. Los que abandonaron sus asientos y se fueron ni bien empezó el espectáculo cuentan con mi más sincera aprobación; el coraje no es una condición de posibilidad para la vida en general, lo es sólo para los desafíos. Hay quienes prefieren la vida en general. Esa gente que entre dientes murmura “me estafaron”, que ya había destinado ese tiempo para el espectáculo por el que pagó y sin embargo tiene algo más importante que hacer, algo más interesante que ver o escuchar. Esa gente que con cualquier viento “raro” ve temerosamente como tambalea el castillo de naipes sobre el que se montan sus certezas. Tuvieron miedo, claro, y lo empezaron a sentir en sus caderas y en su culo que empezaban a querer bailar y despegarse de los asientos. Por eso se fueron, no sabían qué hacer, nunca saben bien qué hacer.
Que Hermeto sea o no un ser de otro planeta importa poco comparado con lo extraordinario de su música y sus delirios rítmicos. Es un mago. Hace aparecer instrumentos de cualquier lado y locos como él que lo siguen en su viaje estrepitoso por un pentagrama que se desdibuja por la velocidad y desaparece. Entonces las notas comienzan a escribirse en el aire, con la libertad que eso implica. Hermeto borra las líneas, los tiempos, los lugares conocidos, cómodos. Los magos tiran por tierra nuestras certezas y eso es lo que hace Hermeto sobre el escenario, con sus instrumentos y su tropa de melómanos en éxtasis: DECONSTRUYE. Por momentos parece que están practicando algún deporte del que Hermeto es una especie de referí que reinventa las reglas del juego permanentemente. De ahí que la excepcionalidad de los músicos que lo acompañan parece resultar no de una cuidadosa selección sino de alguna prueba de supervivencia realizada por el loco de Hermeto en su laboratorio de ritmos.
Pascoal estuvo en Córdoba el 10 de octubre de 2007, vino a percutir todo lo que tenemos por “música”.



martes, 9 de octubre de 2007

Las cosas y sus destinos


Ya leí mucho y también intenté ver mucha televisión pero no había nada soportable, desde luego no tenía esperanzas de encontrar algo interesante, fui menos pretencioso, los domingos soy menos pretencioso. El televisor esta apagado, yo estoy apagado. En realidad los dos estamos en stand by.
Sin nada que provoque esta acción o cualquier otra, me pongo a pasar revista por todo lo que hay sobre la mesada de la cocina. El granito es oscuro con puntitos blancos por toda la superficie y todo lo que hay encima de la mesada parece suspendido en un cielo estrellado. Una manzana de plástico, una bolsa de supermercado, una lapicera BIC, un aerosol de pintura sin tapa, todo flota en el vacío, como yo. Tomo el aerosol y me siento en el piso a leer las indicaciones y recomendaciones de uso del producto. Es un aerosol de pintura color aluminio que mi hermana usó para una maqueta en la que trabajaba. Está vacío pero no está vacío, adentro se mueve algo.
Me doy cuenta de que, naturalmente, se hace difícil leer mientras sacudo el envase y que en realidad resulta más interesante batir el aerosol y escuchar el ruido de esos golpecitos metálicos encerrados que leer algo que ni siquiera leería antes de ponerme a pintar. Ahora no puedo dejar de sacudir la lata. Reflexiono. Nadie lee una indicación para pintar con aerosol, si leyéramos las advertencias y las recomendaciones se nos esfumarían las ganas de pintar. El aerosol es para pintar como se nos da la gana, es un acto de liberación irreverente. El ruido del batido es la música de un vandalismo vital. Tengo que liberarla pienso. Tengo que liberar la bolita que golpea en su trampa metálica desesperada por salir. Tengo que liberarla ya.
Es que de tanto batir veo que la base combada del envase esta abollada por los golpes de la bolita enjaulada. Subo corriendo a mi habitación, abro el cajón del escritorio y saco un punzón. Esa herramienta inventada no se con qué fin, que llevábamos a las clases de plástica de la escuela primaria para hacer no se qué cosas. Ahora pienso que sólo sirve para usarlo a los propósitos de mi compulsiva empresa y que con ello queda justificada su existencia. El punzón fue hecho para que yo lo encuentre en ese cajón y lo clave en el metal, horadando el envase de pintura con una violenta energía.
Comienzo a oler a pintura y a gas y caigo en la cuenta, al mismo tiempo, de que el punzón ya no me sirve, de que su corta vida de servicio ha terminado y , seguro de ello, lo tiro al tacho de basura. El orificio es pequeño y por allí sólo se escapa el olor del encierro pero no la bolita encerrada. Bajo corriendo la escalera y vuelvo sobre mis pasos con la lapicera BIC en la mano. La clavo y agrando el agujero. Y nada. La bolita sigue ahí dentro y me pide con gritos frenéticos de impotencia que la ayude a salir. Tiro con bronca la lapicera por la ventana. Empiezo a desesperarme, le arranco una pata al Snoopy de plástico que tengo sobre la biblioteca y la incrusto con fuerza en la lata ya perforada. La pata se queda, no la puedo sacar, esta empotrada en el envase como si quisiera quedarse allí para siempre. No se ve mal, podría arrancarle los otros miembros al muñeco y hacer un Snoopy enlatado. Finalmente, girándola en círculos, logro arrancar la pata del aerosol y veo caer la bolita liberada sobre una hoja de papel blanco. La bolita gira y se va limpiando y va dejando su rastro de pintura plateada mientras hace un dibujo sobre la hoja, la dejo hacer.
Cuando la miro detenidamente me sorprendo. Me invade una angustia terrible, inexplicable, es la confirmación de un triste presentimiento que se había manifestado en un nivel inconsciente. De chico nunca las llamé así pero a los fines de ser específico tengo que hablar de una “canica”, aunque suene un poco afectado, un poco “poco argentino”, eso es lo que salió del envase. Sencillamente no lo puedo creer. Todavía estoy agitado por mi lucha para abrir el boquete y tengo esa emoción algo penosa, como una pesada nostalgia. “Una bolita” pienso. Cuando era chico la palabra bolita servía para designar únicamente a estas pelotitas de vidrio atravesadas por láminas de colores, que servían para jugar y acumular innecesariamente y que ahora llamo “canica” para no ser impreciso. No puedo serlo, porque no debo deja lugar a dudas sobre lo que verdaderamente salió de la lata, no es una bolita cualquiera. Es algo que no estaba destinado a tal fin, algo usurpado de su mundo, encerrado en la oscuridad. La sensación es esa, algo que no debía estar allí. Y luego la sensación de que muchas cosas no deberían estar en muchos otros lugares. Es una sensación cargada de tristeza, es domingo. La BIC en la calle, el punzón en la basura, un Snoppy mutilado sobre mi escritorio y yo ahí sentado: así las cosas.

viernes, 5 de octubre de 2007

LOS 2 YOES


jueves, 27 de septiembre de 2007

¡ Au revoir Marcel !

Gracias al Emi estoy en el lugar apropiado, en el mejor lugar del mundo para estar la noche del 8 de Abril del año 2005. Estoy solo, rodeado de cientos de personas que de un momento a otro se van a dar cuenta de que también están solas. También se va a dar cuenta de que está sola mi amiga que acabo de saludar en los pasillos que conducen a las plateas del Orfeo. Mi amiga que vino a ver el espectáculo con toda su familia, también se va a dar cuenta.
No se si llamarlo espectáculo, no sé como llamarlo a decir verdad. Espectáculo, en todo caso, el que di frente a mi amiga y su familia cuando la saludé torpemente y tiré el celular al piso. El aparato se reventó, explotó, se destruyó con una estruendosa exageración y yo me puse a recoger los pedazos desparramados entre los pies de mi amiga y los de su familia, y los de la gente que pasaba por ahí apurada por entrar y encontrar su lugar entre los demás asientos. El Motorola Star Tac no anduvo más, lo metí adentro del bolsillo rápido como para que no quedaran pruebas de mi torpeza, mientras decía la estupidez más grande que se me podía haber ocurrido para escapar de la situación: “me pasa siempre, después lo armo en casa”. La hermanita de mi amiga movía la cabeza de lado a lado y miraba a sus padres todavía más sorprendidos que ella de mi espectáculo.
La gente que esta ahí, que me rodea, no sabe. Todos compran comida, gritan, ríen. No entienden. Yo sólo tengo una extraña sensación sobre lo que va a pasar asentada por el hecho de que no vine acompañado y en vez de charlar como todos, pienso. El Emi me regaló la entrada tres días atrás, el día de mi cumple; él si entendía, sabía que yo debía venir solo. Se apagan las luces y unos segundos después Marcel Marceau está “creando el mundo” con su cuerpo y sus gestos adelante mío y de todos. Y ahora todos entienden, todos están solos. Los que charlaban y reían ahora no dejan escapar ni un leve sonido, ni el del roce de la ropa que acompaña el movimiento. Los que estaban comiendo dejaron de masticar.
La obra comienza con “La Creación del Mundo” y luego le siguen otras pantomimas de estilo (cuadros breves que presentan una historia de principio a fin). Y ahora que todos sabemos, ahora que todos entendemos que lo que estamos presenciando no tiene nada que ver con el espectáculo frívolo, ruidoso y atolondrado al que nos tiene acostumbrados la posmodernidad, no podemos respirar. Y no es que contengamos la respiración, simplemente nos hemos olvidado de respirar, porque todavía no existimos: Marcel Marceau está creando el mundo y es emocionante verlo, es fantástico.
En dos horas solo interrumpidas por un breve intervalo que nos permite volver a respirar, y luego de crear el mundo, Marcel Marceau personifica a la justicia, a la libertad, a la belleza y al tiempo; todas esas ideas del tamaño del universo que creemos tan abstractas y ambiguas, tan inasibles, él las encarna con una simpleza brutal. Una sencillez que nos incomoda tanto a la vez nos conmueve profundamente. Nadie sabía que veníamos aquí a ver poesía. Es una de las cosas más hermosas que he visto sobre un escenario.
Pero no todos comprenden y de todos los que no comprenden el más pelotudo esta sentado al lado mío. Es un pelotudo que no deja de hablar, que no entiende el silencio, que no sé para que mierda vino. Intenta descifrar lo que va haciendo el mimo como si todo pasara por adivinar, como si fuera un juego para niños. Este pibe tiene problemas, pienso. Es un monigote de 30 años, pero tiene problemas: esta hablando mientras Marcel Marceau nos revela el significado del mundo a través de la perfecta gramática del silencio. Y justo cuando pienso en matarlo, cuando pienso que vale la pena matarlo para poder contemplar la obra tranquilo, me doy cuenta de que el silencio no es una sensación, es un estado del cuerpo y de la mente y no depende de nadie, es una disposición personal. Entonces creo que Marcel me mira a los ojos y asiente. Se salva mi enemigo circunstancial. Me sumerjo, ahora solo veo.
Marcel Marceau es él, también es Bip, su célebre personaje con el que interpreta en la segunda parte de la obra a un domador, un viajante, un músico callejero y un fabricante de máscaras. Marcel Marceau es él y es el barco donde viaja Bip, el trago que se toma en cubierta, es el domador y los leones, es también el fabricante de máscaras y las mascaras mismas. Sobre un escenario completamente vacío Marcel Marceau es él y es nosotros, es todos y todo. Se desdobla y se vuelve a desdoblar, conversa con él mismo y con otros que también son él. Conversa con nosotros, nos dice tantas cosas sin decir una palabra. Corporiza una “puesta en abismo”, que ni sus compatriotas de la nouveau roman lograron desarrollar. Una poética física que se alimenta de los gritos de la piel. Su cuerpo es un espejo, de un espejo, de un espejo…
Termina la obra y desesperadamente quiero llamar a alguien para contarle, para compartir. Inútilmente. No es sólo el hecho de que tengo un rompecabezas de teléfono celular en el bolsillo, sino que no habría modo de trasmitir esa experiencia oralmente. “Los límites los pone la palabra” dijo unos días atrás en una entrevista antes de presentarse en el Teatro Colón de Buenos Aires. Ya lo creo, habrán notado que esto no es más que un pobre intento de explicar a Marceau, lo que fue verlo. Gracias Emi.
Dos años y medio después, hace unos días, a la mañana, leí en una de las tantas notas que se publicaron por su fallecimiento en los diarios, que su fuente de inspiración y sus principales influencias del cine mudo fueron Buster Keaton, Chaplin y los hermanos Marx (en ese orden). Ese mismo día a la tarde voy a lo de Titi, que se mudó con un amigo suyo, Pepe –no se trata de dos mimos–, y cuando llego me siento en el sillón de su nuevo departamento compartido, y cuando me siento levanto la vista y ahí están: Buster Keaton, Chaplin y los hermanos Marx (en ese orden) colgando de la pared en tres cuadritos. Pienso en las posibilidades de que eso haya pasado realmente y pienso que no tiene sentido siquiera que lo piense. Ahí están y ahí estoy yo diciéndole a Titi:
–Viste que se murió Marcel Marceau.
–Si, boludo, no se puede creer.
–Tengo una tristeza…–digo, y suspendo. Pienso en contarle las sensaciones y la experiencia de haberlo visto pero abandono el intento. Fue “un tiempo fuera del tiempo”. ¡Au revoir Marcel!

martes, 28 de agosto de 2007

Gentes pegadas al suelo


Levanto la vista y la veo: una enorme y perezosa paloma que parece dormida, resguardándose en el alfeizar de una claraboya del edificio de al lado. Yo estoy muy próximo a la ventana de la cocina del 5to B y la distancia que me separa de la paloma es poco más que la del ancho de un auto, la luz que hay entre un edificio y otro esta dada por la entrada a la cochera subterránea. Ambos edificios, el de al lado y el mío, tienen ventanas laterales, lo que es bastante inusual en el apretado conjunto de moles de cemento que forman los edificios céntricos de la capital. Como si hubieran derribado al fin la casita del cuento de Donoso, “angosta y vertical como un librito apretado entre los gruesos volúmenes de los edificios nuevos” y hubieran dejado el espacio libre para el paso de los autos a la cochera.
Todo lo que pasa al lado y a la misma altura no puede sentirse muy ajeno, y esa cercanía resulta bastante incómoda por momentos. Es curioso, pero creo que la sensación de intimidad que se genera con los vecinos de ese edificio, por alguna razón que no puedo explicar, va aumentando a medida que aumentan los pisos y la altura. Podría ser peor, pienso, podría haber una de esas familias que piensan en los gritos y el quilombo diario como única forma posible de convivencia. Podría también tratarse de un sádico o un suicida, pero no. En cambio, hay una viejita solitaria y silenciosa que ve televisión todo el día sentada en un sillón de respaldo alto, con el tapizado amarillento y gastado. Eso es todo lo que se alcanza a ver de lo que parece ser una salita de estar, porque lo único que la ilumina es una lamparita de pié que baña al sillón –y ella cuando se sienta en él– con una luz tenue y de tonos ocres. De día, cuando todos abren las persianas y descubren las ventanas para dejar entrar al sol en sus departamentos, la viejita cierra las cortinas floreadas y todavía se puede ver la luz que proyecta el televisor y marca el cuadro de la pantalla a través de la tela. No sabemos si duerme o no, el televisor está prendido las 24 horas del día. Rosa, mi mamá, le tiene lástima, pero podría ser peor.
La ventanita donde está la paloma debe corresponder al baño del departamento de la viejita, por su tamaño y por el esmerilado del vidrio que sólo deja ver formas imprecisas y colores difusos. Definitivamente corresponde al baño. Y por fuera, es el baño de las palomas; el derrame del muro del edificio que forma la cavidad de la ventana esta todo cagado. Capaz que se quedó dormida cagando esta paloma, pienso. Y justo en ese momento, cuando vuelvo a levantar la vista, después de hacer el intento de seguir estudiando y fracasar nuevamente, la paloma abre los ojos y comienza a hacer ese movimiento con el cuello que hacen todas las palomas, para atrás y para adelante como marcando el ritmo de una canción; como hacen algunos cuando entran a un bar y todavía no han bebido nada, cuando los parlantes cantan música fuerte y las cabezas marcan intenciones, sugieren.
Afortunadamente la ventana esta cerrada y en ningún momento se me ocurrió abrirla –con el frío que hace sería una estupidez–, esa paloma gorda y perezosa ya había comenzado a irritarme, parecía ufanarse de sus excesos, de su pecaminosa gordura y pereza, y si encima tuviera que escucharla no pasarían dos minutos antes de que le tirara con algo. También está el ruido del camión de basura, que justo se para en el frente de mi edificio a compactar su panza. Están las incansables bocinas de los taxis y el motor del 164, que de seguir así algún día va a quedar ahí nomás en la parada que está a mitad de cuadra, jubilado. El vidrio de la ventana de la cocina y el alboroto callejero tapan el insoportable arrullo de las todas las palomas y de ésta en especial, que ya se ganó mi aversión.
Sé que muy cerca en otra ventana de otro departamento habrá una odiosa reunión de palomas que tampoco escucho pero que sin duda estarán murmurando viles mentiras y conspirando contra algo, contra alguien, únicamente por diversión, esa perversa diversión que se gesta sólo en el ocio encarnado. Estarán, histéricas, girando la cabeza bruscamente en todas las direcciones buscando entrometerse en los asuntos de la ciudad y sus ruidos, practicando esos movimientos propios de las películas de cine mudo, de 16 cuadros por segundo, donde los personajes parecen activados por impulsos intermitentes de electricidad. Sé, también, que en alguna iglesia o en alguna plaza, a sólo unas cuadras de aquí, muy probablemente andarán de a cientos cagando cuanto santo o prócer encuentren bajo sus patas. Pero es ésta paloma, la que tengo en frente mío, la que me fastidia sólo con su presencia; juraría que ya se percató de su poder para alterarme, de su influencia.
Ahora se para y parece que va a despegar, parece disponerse a tomar impulso para volar. Es ahí, cuando se levanta y despega ese enorme y plumoso culo del piso de su nicho, que yo también me levanto de la silla, me arrimo más a la ventana y pego la nariz al vidrio. Es que sinceramente no puedo creer que esa pelota con alas pueda volar, que esa bolsa de excremento pueda quedar suspendida en el aire aunque sea por unos segundos sin caer, sin reventarse contra las baldosas de la entrada de autos 20 metros más abajo. Si eso puede volar, pienso, yo debería poder hacerlo.
Ese bicho de mierda –ahora estoy hablando solo y en voz alta– que no piensa en nada o sólo piensa en cagar toda la ciudad y reproducirse y comer para seguir cagando, no se merece volar, no es digno de poseer la hermosa facultad de ser parte del aire y del cielo. Puede que la naturaleza sea sabia pero no es justa, eso seguro. Y si se trata del designio de algún dios, debe ser de un dios borracho y cínico, irresponsablemente dadivoso. Nosotros, que nos pasamos la vida soñando que cortamos las nubes con la mano y viajamos libremente sin tocar el suelo, lejos del despotismo estructurante de las calles, los caminos y las señales. Volamos de la mano en nuestra imaginación, volamos abrazados, únicamente sujetos a la voluntad. Con los ojos cerrados, con las manos marcando rumbos o midiendo con los dedos el tamaño de los campos y las ciudades. No es justo que ese repugnante y obsceno animalito me mire burlonamente, como lo esta haciendo, tome impulso y salga volando hasta perderse en el cielo, dejándome atrapado en esta caja de concreto y a punto de gritar de la bronca. Recluido en una lectura que no me interesa, que no me hace soñar ni me quita el sueño, y confinado en una ciudad de gentes pegadas al suelo y a la vida segura, grises y miserables pedestres.
Le tendría que haber tirado con algo, pienso, con un zapato viejo o mejor, con el libro de estudio que me sigue esperando, paciente, sobre la mesa.

jueves, 16 de agosto de 2007

POR CURIOSOS QUE SOMOS






El secreto de la mente es tan grande que escapa al abrazo humano. Tan secreto, que la sola intención de saberlo nos convierte en los seres más curiosos del mundo; y deberíamos estar orgullosos de ello, somos lo que somos por curiosos que somos. Vivimos simplemente (o complicadamente) por pura curiosidad y es el secreto lo que nos mata, indefectiblemente. Llegada esta y cualquier noche vamos a mirar las estrellas -siempre las miramos- y nos daremos cuenta de las inmensidades que escapan a nuestro abrazo. Pero seguimos siendo nosotros mismos la fuente de curiosidad que más nos seduce. Hasta que nos mata, el secreto de la mente nos mata cuando no podemos tolerarlo más, cuando nos vencemos ante la duda más insoportable y consideramos que hemos administrado nuestra curiosidad por el tiempo suficiente como para liquidar nuestro paso por aquí. Allá no hay secretos, no hay nada y nada para causarnos curiosidad. Entonces, finalmente, dejamos de ser por pura curiosidad.

jueves, 5 de julio de 2007

VORÁGINE

Te quiero tan rápido que paso de largo
y te pierdo en el camino
Pero sigo y me olvido
porque no hay tiempo para el recuerdo
ni para el sentido
Las cosas ya no suceden ¿no ves?
Se precipitan y se pisan

No hagamos el amor, lo terminemos
y empecemos de nuevo
Hoy salgamos y no dejemos de salir
sin entrar -y menos permanecer-
en ningún lado, sólo sigamos

Ahora que las intenciones se marchitan
antes de asomar la cara
Apuremos los segundos y las horas
que llegan con demora
y se amontonan
Ahora que los días ya no pasan
Corren, se tropiezan

jueves, 21 de junio de 2007

Calles

Abro los ojos pero los ojos se resisten. Son mis ojos y debería poder manejarlos a mi antojo, pero no caigo en la cuenta de eso todavía. No sé lo que pasa a decir verdad. Siempre cuando me despierto por un segundo no sé lo que pasa, hasta que sé que estoy despierto aunque no lo quisiera así. Pero esta vez fueron varios segundos porque mis ojos se negaban a responder. Es que duelen cuando empiezo a abrirlos y no veo, o sólo veo algo que no me deja ver y que duele. No entiendo cómo me quedé dormido con esa dicroica a sólo un metro y medio de la cara pero ahora lo sé, sé que estoy despierto y también que en algún momento caí en el sueño con la cara bañada de luz y calor eléctrico. Me enderezo y ahora el dolor se traslada al cuello, por la mala postura de mi siesta; y veo todo con un punto amarillo en el medio, como si tuviera una mira para asegurar la puntería de mis ojos. Apunto a la silla con el respaldo de cuero, al florero de las flores de plástico, al libro de Cézanne sobre la mesa ratona. Apunto a la cara de Luís y no veo su cara, porque el punto tiene justo el tamaño de su cara a la distancia que se encuentra de mí. Él me dijo una vez qué significa dicroica cuando le pregunté, pero ahora no lo recuerdo; dijo que es algo que tiene dicroísmo, sí, pero esa respuesta -claro- suscitó otra pregunta. Lo cierto es que siempre tiene las respuestas para esas cuestiones, contantes y sonantes, en efectivo. El ingeniero no te iba a andar con vueltas, porque no le gusta que le anden con vueltas. Sabía lo que tenía que saber, lo que quería saber, y por sus calles andaba seguro y firme. Si le contaba que me había quedado dormido con la dicroica encendida en la cara y le preguntaba cómo algo así podría haber sucedido, me respondería de inmediato que eso me pasó por gil, o por pelotudo; dependiendo de su estado de ánimo o del lugar de donde venía, de la influencia o no de las cosas. Pero no le conté, no se dio cuenta de lo que me pasaba y su cara ya era su cara, no el punto que se proyectaba en ella. Se borró el círculo, se fundió en mi mente, en mi ojo o en lo que miraba, no sé. Se borró como un recuerdo. Y cuando los rasgos de su rostro empezaron a aparecer (los pómulos angulosos, la frente severa), mostró su semblante un hombre despreocupado, un hombre que venía de un lugar que no le había impreso una angustia, un pesar. Vamos, me dijo. Y nos fuimos a caminar. A caminar por las calles de Buenos Aires, que eran como sus calles. Paso su brazo por mis hombros y así nos adentramos en la tarde gris; yo miraba las nubes y me preguntaba hasta cuando iban a aguantar sin descargarse sobre nosotros. Él miraba para adelante, lejos. No recuerdo si hablamos o simplemente caminamos, cada uno por sus calles, juntos.

jueves, 14 de junio de 2007

¿Qué pasa, che?


"Alta Gracia. La presencia de Camilo Guevara, hijo mayor de Ernesto 'Che' Guevara, constituirá uno de los atractivos principales de las actividades que se desarrollarán en la ciudad del Tajamar para conmemorar el 79° aniversario del nacimiento del célebre revolucionario". (La Voz del Interior, 14 de junio de 2007, el destacado es mío)


La posmodernidad es madre de estos fenómenos. Madre sorprendida, por cierto. Es que hasta el más acendrado enemigo del comunismo debe hallarse intentando comprender, sin mucho éxito, las extravagancias de la historia. Se desploman los muros, pero se venden sus pedacitos. Y lo que queda enterrado en los escombros del siglo XX es el sentido. Las muertes, revoluciones, los encendidos debates del tamaño del mundo y los latidos del cambio confluyen felizmente en la fiesta de la nada. Esta era tiene que ser "atractiva", porque si se diluye el maquillaje y se prenden las luces, vamos a ver la realidad y eso -claro- no es lo que queremos.


jueves, 7 de junio de 2007

¿GORILA?


Te juro que yo te creía Martita. Y sí, no te quisieron dar esa alegría. Al menos te salvaste de que te embalsamaran o te escondieran una mano. Te salvaste de la necrofilia peronista, Marta. Te salvaste de ser trofeo de guerra entre tiburones mezquinos y estúpidos. No es poco. Es que los alarmistas no te hubieran siquiera dejado morir, porque también hay gorilas esperando en el cielo, claro. Y qué es el ADN después de todo; las ciencias naturales se jactan de su indiscutible y evidente materialidad, pues bueno...que nos muestren un cacho de ADN a ver si es menos abstracto que las ideas o los ideales, menos inasible que el amor, o no. ¿Cierto, Marta? Qué importa, yo te creía, todos te creíamos. Tantos carroñeros quisieron estar en tu lugar para despilfarrar bien argentinamente un legado de ese tamaño. Tantos inútiles cegados por el mito. Y viste, al final te fuiste a hacer tus propias averiguaciones, ¿quién te va a refutar esa prueba?

miércoles, 23 de mayo de 2007

LOS DÍAS

No caminar, empujar el mundo hacia atrás con pasos seguros por la vereda, bajo el cielo raso del jacarandá -un cielo más próximo, casi palpable- y sobre la alfombra lila de sus flores muertas regadas por el piso. No aminorar la marcha ni modificar el pulso -ese ritmo establecido por los años, estable- hasta detenerse en la esquina trunca de la entrada al café, ante las puertas lustradas y el bronce de las manijas. Entrar, cerrar los ojos y oler. Tratar, como ayer, de separar los perfumes que forman el embriagante aroma del lugar: el roble de la balaustrada, el tabaco encendido, los granos molidos de café, los periódicos, las confituras, los licores, el chocolate y los años; el olor del tiempo impreso en el revoque de las paredes y en el entablado del suelo. Sentarse cerca de la ventana y pedir un cortado. Desayunar. Dejarse animar el cuerpo por el calor de los primeros rayos que se cuelan por la ventana, entornar los párpados y bañar la cara de sol. Verla entrar, colgar su abrigo, ponerse el delantal y sujetar su cabello con pequeñas horquillas cerca de las sienes. Escucharla exhalar animosamente para desprenderse de sus sueños y comenzar la jornada. Entenderla. Armarse de coraje, proyectar un dialogo espontáneo, un acercamiento que aparente casualidad. Sentir pavor: frío y calor, simultáneamente. Abandonar toda tentativa de contacto y mostrar un movimiento cómplice en la comisura de los labios para algún observador sensible. Detenerse en el dibujo ondulante de los restos de café en el fondo del pocillo como excusa para bajar la vista y esconderse por un instante. Pensar en nada, en todo. Abandonar las cavilaciones, salir del café. Cruzar la calle, retomar la marcha inalterable pero debidamente interrumpida. La pausa en el vano de la puerta y ese extraño lapso de completa abstracción que sólo puede generar el umbral del ingreso al edificio, son necesarios antes de empezar a escribir: respetarlos. Mirar con el rabillo del ojo, antes de entrar, las ménsulas del balcón corroídas por el tiempo -¿hasta cuándo aguantarán?-. Entrar. Acostumbrarse al oscuro palier del edificio y fijar la vista en el descanso de la escalera apenas iluminado por un ojo de buey. Pasar frente al ascensor enfáticamente estacionado como una roca -muerto- y llenar los pulmones de ese aire viciado y frío que espera al pie de la escalera. Subir. Buscar las llaves en el bolsillo del pantalón y abrir la puerta. Pasar revista sobre el conjunto de la habitación, luego sobre la cama y finalmente anclar la mirada en los zapatos negros de tacón, estáticos y pesados como el ascensor, tan determinantes y definitivos. Renunciar nuevamente a moverlos de lugar o tirarlos. Contemplarlos, en cambio, por unos minutos. Suspirar con ruido, con fuerza. Buscar el aguamanil y llenar la jofaina a media altura. Lavarse la cara y dejarla escondida en el cuenco de las manos por un instante. Disponerse a empezar. Sacudir las manos y pasarlas por la ropa; dejar humedecida la cara. Antes de acomodarse en el escritorio cubierto de papeles y libros, abrir la ventana y echar agua a la planta que descansa sobre el alféizar. Sentir el aroma del jazmín que trepa, albar como la nieve, por la pérgola de madera desde el jardincito que da a la calle: no dejarse sugestionar. Sentarse. Ver la hoja en blanco, tomar el bolígrafo y volver la vista hacia el papel. Desenfocar la mirada -no hay nada que ver en esa hoja -. Concentrarse. Concebir una idea: “la primavera siempre esconde una lágrima bajo su flor, por los funerales del otoño y sus hojas muertas, por un invierno severo, impiadoso”. Escribirla. Rendirse sin reflexionar ante el embriagante perfume del jazmín, dejar de luchar, dejarse vencer. Mirar, consecuentemente, el vestido carmesí y la soberbia de sus pliegues. Aferrarse a esa prenda inconmovible y diáfana que permite ver el bastidor de madera y las grapas herrumbradas del biombo sobre el que descansa: frontera que separa la cama desarreglada de la mesita oblonga repleta de libros viejos, el sueño de la vigilia. Detener el mundo, sujetarlo y sentir que se escapa. Retornar a las palabras en la hoja, verlas disolverse en una mancha que nada dice. No ver más. Sentir que las cosas -todas- son ociosas; los límites físicos, arbitrarios; el movimiento, inconducente; las formas, caprichosas; las horas, redundantes y la eternidad, terriblemente vanidosa. Borrar lo escrito y tirar la hoja. Volver a empezar. Intentarlo al menos.

viernes, 18 de mayo de 2007

FLAVIO


Flavio tenía ideas buenísimas. Eran tan buenas sus ideas que se las robaban afanosamente -se las afanaban, bah-. Cuando tenía una de sus ideas pasaba un flaco cualquiera y la tomaba, se la metía en el bolsillo y se iba. Y no faltaban los mequetrefes caraduras que encima le agradecían. “Gracias Flavio”, le decían.
Un día se le ocurrió esconder sus ideas, pero esa idea también se la robaron. No tuvo mejor idea, entonces, que ir a la casa de su madre a contarle desesperadamente su problema y la vieja lo sacó cagando; “tenés cada idea Flavio…”, le dijo mientras le cerraba la puerta. Y ahí mismo, sobre la vereda, pasó un flaco corriendo y le robó la idea de contarle a la madre su problema, y el pobre Flavio se quedó un rato largo parado frente a la casa de su madre lamentando, por primera vez, cuanto habían tardado en robarle esa idea.
Cansado de su situación y fatalmente resignado, Flavio decidió, no sin algo de pena e impotencia, no idear más nada. Y debimos creerle a Flavio porque su determinación fue categórica. “No pienso tener más ideas, se acabó”, dijo. El problema fue que, como siempre, le robaron también la idea de no tener más ideas. Y-santo remedio- a nadie se le ocurrió la idea de robarle a Flavio las ideas nunca más; a nadie se le ocurrió nada más, en realidad.
Para entonces la decisión ya había sido tomada y Flavio era un tipo decidido y determinado: su medida era irrevocable. Podría ahora disfrutar de sus ideas sin intromisiones ni hurtos pero era imposible ir en contra de sus principios. Se lamentó y se volvió a lamentar muchas veces pero seguía manteniendo la misma rigurosidad de carácter. “Jamás de los jamases cambiaré de opinión”, repetía y se machacaba.
Con un nudo en la garganta más grande que su cabeza, rogó desesperadamente que a alguien se le ocurriese robarle la rígida decisión de su cabeza -grande como el nudo de la garganta- pero ya era tarde. Nadie podría tener una idea nunca más, ni siquiera Flavio.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Brava Gondoliera! Brava

Durante cientos de años, varios cientos, las góndolas han surcado los canales venecianos, pero siempre con un uomo esgrimiendo el remo contra los embates de la modernidad. De las miles que navegaban por las calles de agua ahora sólo quedan alrededor de 400 barcas con las que siguen currando a los turistas, y ahora una de ellas tiene a una ragazza al volante. "¿Qué carajo voy a hace de mi vida si ahora las mina me cagan el laburo?", piensan los gondoleros. Es que también se están lamentando que se les vaya el encanto místico que sumaba chiquillas viajeras a su cuenta: ya no es sexy ser gondolero si una loca los quiere bajar del bote, claro. Esto dijeron los tradicionales navegantes en un reportaje con el New York Times, aferrándose a lo que primero manotearon para no ahogarse: "debe mirarse en el espejo y aceptar que no puede manejar", "mantengamos aunque sea una tradición intacta". Pero no se la hicieron tan fácil, de hecho hay una asociación de gondoleros que es la que extiende las licencias y a ella la bocharon dos veces. Entonces fue a la justicia y 10 años después tomó el remo.
Acá, en Córdoba estamos a años luz, hay tantos cráteres por nuestras calles que ya sabemos como sería conducir por la superficie lunar. Mientras la municipalidad se pelea con la provincia por la validez de las licencias de conducir (autos), en una de las tantas disputas que tendrán en este año sucio de elecciones, nosotros experimentamos la vida en otro planeta. Así es, los latinoamericanos evolucionamos vertiginosamente mientras en el primer mundo todavía se discute si el músculo del gondolero es factor decisivo para algo. Es más, traigamos a un flaco de Venecia y nos va a decir lo que es obvio: los baches en las calles son provocados por las mujeres que manejan.

lunes, 14 de mayo de 2007

SIC*: La dictadura de la caca

Los medios de comunicación en los últimos años han ido agrandando las posibilidades del "ciudadano común" como emisor dentro del circuito de la información, en una ilusión de democratización mediática y de retroalimentación equilibrada. Ejemplos de esta tendencia son las cartas de los lectores en los diarios, que muchas veces dan cátedra a los periodistas en el manejo del lenguaje y la profundidad de los temas. Muy por el contrario, tenemos esos payasescos operativos de TV cuyo mandato es siempre el mismo: interrogar-sobre-cualquier-cosa-a-cualquiera-que-pasa-por-la-peatonal. Patética puesta en escena de la cara más tonta de la televisión, esa donde las personas parecen hablar pero sólo gesticulan o mastican monosílabos. En el medio, la radio y esos espacios donde la audiencia tiene la posibilidad de contar una vivencia relacionada con "el tema del día" o hacer una denuncia particular. La palabra del oyente ha dado lugar a discursos muy bizarros , cuando menos. Ese "otro" oyente anónimo y perdido puede divertirnos mucho cuando agarra el teléfono y deja su mensaje al mundo.
Esta mañana venía manejando y escuchando el programa de Dady Brieva en la Mitre cuando comenzó, entre bloque y bloque -y entre publicidad y publicidad-, una seguidilla de llamados de oyentes expresando su hartazgo con lo que a cada uno se le antojaba, en el marco de un espacio abierto llamado "Basta de...". Y luego de las ya recurrentes quejas relacionadas con la inseguridad y el desencanto con los políticos, hubo un testimonio que me pareció de lo más trascendental. Una señora, muy enojada con el zigzag que tenía que practicar en las veredas capitalinas para sortear la bosta de los perros, exhortaba a la audiencia a acabar con "la dictadura de la caca" (sic) en un tono proselitista y con aire de manifiesto. Esta ambiciosa declaración de una vecina anónima de nuestra sofisticada city porteña parecería quedarse en el simple reclamo por la práctica involuntaria de un deporte que podríamos llamar slalom escatológico. Pero insisto, sólo en apariencia se trata de eso.
Quizás el tema de la seudo igualdad de voces entre los medios y la ciudadanía no les importe una mierda a ustedes, pero a esta señora sí. Le importa una mierda, y más. Ha sabido, como nadie, ponerle nombre a la hegemonía de los medios en nuestras sociedades: La Dictadura de la Caca.
-----*SIC es la sección que de ahora en adelante se ocupará de este tipo de decires increibles, porque para nuestra suerte -y nuestra diversión-, la palabra no es monocrómatica sino llena de tantos colores que ni podemos imaginarlo.-----

viernes, 11 de mayo de 2007

POCONÍRICO

Hace poco me levanté enojado por las víboras de mi sueño. Enojado por la pesadilla trillada, por la poca originalidad de mi subconsciente, por la banalidad de mis miedos. Ojalá el sueño me hubiera arrojado a un precipicio, qué sé yo; por lo menos así, quizás me hubiera despertado exaltado, transpirando y con agitación. Pero en cambio, en el sopor que me ataca cada noche (es que ni siquiera me levanto para ir al baño) me encierro sólo en un cuarto mugroso lleno unas víboras tan poco inofensivas como espantosas. Y ahí estamos hasta la mañana ellas y yo. Si por lo menos alguna se dignara a morderme y despertarme de esa tortura aburrida. Podrían también abusar de las infinitas posibilidades que ofrece la fantasía de un sueño: podrían volar, tener patas-¡tontos reptiles!-, bailar, jugar...Pero no, sólo se arrastran estúpidamente por el suelo mientras yo me indigno por mi falta de creatividad onírica y la sequedad de adrenalina que sufro esas noches.

PREPALABRAS

Actualmente hay más de 50 millones de blogs en todo el mundo, por lo que esta propuesta, la mía, dista de ser algo original en sus aspectos formales. En cuanto al contenido, claro está, será un pastiche también como todos los demás bloggs, determinados por el medio y una corriente que parece ya imparable : algo de introspección y catársis (tener un blog es mucho más barato que tener un psicologo), algo de actualidad (me gustaría decir periodismo, pero es un oficio más comprometido), algo de nostalgía (para equilibrar), ficción también habrá y muchas, peros muchas mentiras por supuesto.